ZOMBIVAL: Entrada 2


Villasol, Alicante. Ahora.

La urbanización estaba extrañamente en silencio. A esa hora los críos ya deberían haber vuelto del colegio pero no se escuchaba la algarabía de sus juegos. Fran se solía levantar a media tarde. Hacía varios años que había optado por una vida ermitaña, lejos de la gente. Comer a deshoras y trabajar de noche habían conseguido además que ese aislamiento lo convirtiera en alguien ajeno a los normales deseos de un ser humano. Normalmente no tenía apetito ni deseos carnales y si estos últimos aparecían, los solucionaba en solitario. Alejado por voluntad propia de los demás, malvivía en un estado de apatía generalizada.

A él le daba lo mismo. Creía firmemente que el mundo tal y como se conocía, dejaría de existir en un plazo de tiempo relativamente breve.

Aunque no había sido así antes. Fue un hombre cumplidor con su trabajo, exigente consigo mismo, padre de familia cariñoso y generoso con los demás. Sin embargo la fatalidad hizo una parada en su vida y valiéndose de un accidente de coche, le arrebató de la manera más cruel que el podía imaginar, lo que más quería en el mundo: Su mujer y su hijo.


Fran era uno de esos cerebros privilegiados que pueden solventar un problema matemático complicado mientras a la vez resuelven el sudoku del periódico y le siguen la conversación a su mujer sin perder detalle.

Una mente sumamente analítica y brillante que trabajaba en una compañía de seguros como consultor, no solo en la evaluación de compañías de alto riesgo sino en la investigación de siniestros serios que, según el análisis, podrían hacer perder o ganar millones de euros.

Por eso cuando el vehículo de su mujer colisionó contra otro en una carretera secundaria, saliendo despedido, dando una vuelta de campana e incendiándose, Fran examinó las probabilidades de que algo así sucediera, según las caracteristicas del coche y llegó a la conclusión de que el siniestro había sido intencionado. Pero de nada sirvió. La compañía a cargo del siniestro valoró el mismo como algo "poco probable y extremamente anormal" y ahí quedó todo.

Entonces por primera vez en su vida, Fran pensó que realmente, en un cálculo de probabilidades, no se calcula la cantidad de veces que una cosa no puede pasar, sino si realmente algo puede suceder debido a una serie de factores. Si las probabilidades de que un asteroide choque contra la tierra es de una entre cinco mil, tarde o temprano un bonito pedrusco galáctico se estrellará en la tierra y además en el lugar donde haga más daño.

Aunque eventualmente trabajaba para la empresa haciendo informes desde su casa, dedicaba las tardes y las noches a calcular las probabilidades que había de un tsunami en el Mediterráneo según se movieran las placas tectónicas,o a mirar las fotografías del SOHO y a partir de ellas y según la órbita de la tierra, predecir como de cerca caería la próxima tormenta solar creada por la erupción de una mancha.

No merece mención el decir que tales aficiones, unidas a su aislamiento, alimentaban los rumores entre los vecinos de que era un tipo huraño, solitario y mal encarado.

Realmente así era y aunque él se esforzara en mantener una sonrisa al devolver a los niños una pelota que se había colado en su jardín, estos salían corriendo nada más la tenían en las manos. No conseguía congeniar ni con la vieja señora Müller, que cuando estaba aburrida salía a la calle a pedirle a algún vecino algo de arroz, aceite o azúcar.

La ultima estrategia de la mujer era soltar a su perrillo Schnauzer, para después preguntar a todos los vecinos si lo habían visto. Incluso les solicitaba lastimeramente que le ayudaran a buscarlo. El perrillo, adiestrado como estaba, normalmente esperaba escondido detrás de un seto a la espera de que su dueña lo encontrara y lo llenara de mimos y cariño entre gritos de "mi chiquitín" y "meine Liebe, danke". Y así intentando que la dentadura no se le cayera por la emoción, la viejecita se volvía contenta a casa.

Varias veces había ayudado a "la abuela Müller" como él la llamaba, a encontrar al perro. Ya que era una de las pocas personas en la urbanización por las que él sentía algún tipo de cariño.

Ya con la modorra de las sabanas fuera y aún con sus marcas en la cara, Fran bajó a la cocina a desayunar, aunque en realidad era la hora de la merienda. Mientras se servía un tazón de cereales, miró por la ventana, intrigado por la ausencia de escándalo infantil. Y en ese momento vio a la abuela Müller de cuclillas en medio de la calle vacía.

Pensando cuál sería la nueva treta de la vieja para llamar la atención, Fran se vistió y se puso una chaqueta pues, precisamente, en febrero calor no suele hacer.



A paso tranquilo salió de casa, cruzó su jardín y abrió la verja. A la abuela le temblaban los hombros, como si estuviera sollozando sin control, "ese es un buen efecto, gran truco" pensó Fran y llegó a su altura, poniéndose de cuclillas a su lado.

— ¿Ha vuelto a perder a su perro señora Müller?.—  Preguntó divertido.

La anciana giró lentamente la cabeza y fijó su mirada perdida en un punto lejano. Lucía un pelo revuelto, la manga derecha hecha jirones y una pequeña mancha de sangre. Fran nunca la había visto tan desaliñada.

— ¡Por todos los santos, si está usted herida! Déjeme que la ayude a incorporarse.— Exclamó Fran mientras intentaba ponerla de pie, sujetándola del brazo.— Venga a casa, a ver si le veo el brazo y curamos esa herida.

La buena mujer se incorporó y Fran no dejó de reprocharse el haber imaginado que todo esto no era más que otra treta de la anciana. En eso estaba pensando cuando notó una fuerte presión en el brazo. Al bajar la mirada vio como la vieja le había hecho presa en el antebrazo de un mordisco.

Fran sacudió el brazo y después de armarse de valor, le dio tal empujón al vejestorio que la mandó dos metros hacia atrás , acabando tendida en el suelo.

Se quedó mirando a la mujer, después miro a ambos lados de la calle vacía, sintió un remordimiento horrible por lo que acababa de hacer y se acercó otra vez.

— Lo siento señora Müller, si esto es otra de sus chochadas la verdad es que no tiene gracia, déjeme que la lleve a casa y llamaremos a una ambulancia.

Ella lo miró directamente, abrió la boca y le enseñó un muestrario de encías mientras jadeaba. Sin apenas esfuerzo, teniendo en cuenta su avanzada, se incorporó.

Pero Fran ya había tenido bastante y para cuando la vieja se había puesto en pie, él acababa de cerrar la puerta de su casa. Pegó el ojo a la mirilla y vio como ella cruzaba la calle y el jardín hasta acabar llegando a la puerta de su casa.

Se maldijo mil veces por dejar con las prisas, la puerta del jardín abiert. Cogió el teléfono y marco tres dígitos.

— Ciento doce emergencias ¿dígame?.

— Señorita, mi vecina se ha vuelto loca y me ha atacado.

— ¿Desde dónde me llama?.

— Desde la urbanización Villasol, en Alicante.

— Espere un segundo.

Fran volvió a espiar a través de la mirilla. Allí estaba la vieja pegando el ojo a la puerta desde el otro lado, golpeando la madera como una posesa. Eso le acabó de pulverizar los nervios.

— Hemos recibido más llamadas de su zona, ¿Está seguro en su casa, está usted solo?.

— Sí, sí, estoy solo y seguro en casa.

— Pues quédese dentro, cierre la puerta y espere a que lleguen los servicios de emergencias y la policía.

Colgó el teléfono y se quedó sentado al lado de la puerta, que afortunadamente la vieja ya se había cansado de golpear. Decidió darse una vuelta por toda la casa para comprobar que todas las puertas y ventanas estaban cerradas.

Estando en el sótano escuchó gritos, que se terminaron después de sonar dos disparos. Subió otra vez a la cocina y miró por la ventana. Un policía estaba tirado en la calle y a otro parecía que un vecino le estaba haciendo una reanimación pulmonar. Volvió a coger el teléfono.

— Ciento doce emergencias ¿dígame?.

-Señorita, mi vecina se ha vuelto loca y me ha atacado, ha venido la policía pero creo que tiene que haber algún tipo de problema porque mi vecino, el mecánico, parece que le está haciendo una RCP.

— ¿Una que?.

— Una reanimación cardiopulmonar.

— ¿Desde dónde me llama?.

— Desde la urbanización Villasol en Alicante.

— Hemos recibido varias llamadas de su zona, la policía y emergencias están en camino. Tenga usted en cuenta que su vivienda está en una urbanización en medio del campo, pueden tardar un poco en llegar. ¿Está usted seguro en su casa?.

— Estoy más que seguro y completamente encerrado, no pienso abrir a nadie.- Contestó Fran al tiempo que volvía a mirar por la ventana.

— Bien, en ese caso...—  Empezó a contestar la telefonista.

— ¡Oh Dios mío!.

— ¿Se encuentra usted bien? ¿Qué sucede?.

— Ese tipo... ese tipo... ¡Rayos!.—  Exclamó Fran, viendo cómo el mecánico golpeaba repetidas veces contra el suelo la cabeza del agente.—  ¿Señorita, sabe si tardarán mucho los de emergencias?.

— Están de camino, cálmese, la situación pronto estará controlada.

Fran estaba acurrucado al lado del fregadero con el teléfono en la mano. No podía entender como una telefonista podía controlar una situación desde kilómetros de distancia. Según su propia filosofía, cuando alguien dice que una situación está controlada, es el momento idóneo para alejarse del lugar lo antes posible, porque la mierda está a punto de alcanzar el ventilador. En ese momento olió a quemado. Volvió a asomarse, una de las casas de enfrente ardía tímidamente a través de una ventana.

— Se acaba de declarar un incendio en la casa de enfrente.

— Esto son muchas incidencias para una sola llamada, ¿sabe usted que le podría caer una buena multa si resulta que todo esto es una broma, verdad?

No contestó, el fuego había agarrado confianza, venciendo a la timidez y ya asomaba por puertas y ventanas para ver qué más se podía comer. Empezó a lamer el techo. Estaba anocheciendo, así que el fuego le añadió un nuevo tono de rojo al atardecer, a lo lejos sonaban sirenas.

— Todo controlado señorita, parece que ya llegan los del servicio de emergencias, aunque no veo las luces de la policía, pero no pasa nada... Tengo una escopeta.— Dijo resuelto y colgó.

Subió al piso de arriba, cogió una bolsa de deporte, metió dentro un par de mudas y bajó a la cocina por unas conservas. Miro a través de la ventana pero no había ni rastro de los servicios de emergencia, ni de los policías, ni del vecino, ni siquiera de la señora Müller. Por un momento pensó que todo no era más que una pesada broma de su castigada mente, pero la casa de enfrente seguía ardiendo hasta los cimientos y ya compartía llamas con los edificios de ambos lados.

Fue al despacho, abrió el armario blindado, sacó la escopeta corredera y la guardó en la bolsa junto con una caja de cartuchos semivacía.

Salió por la puerta de atrás, atravesó una calle vacía, un descampado y subió una loma. Allí se quedó, sentado, a observar qué acontecimientos le iba a deparar la noche, que prometían ser más animados que los de la tarde. Acababa de llegar el ejército.


* * * * *


"¡Flop Flop Flop!" Con el último "¡Flop!", una figura se coló en el patio y se apoyó en la pared de la tapia en cuclillas, junto a los demás. Realmente no eran nada del otro mundo... parecían cuatro bolsas de basura con brazos y piernas bueno, esa sería una descripción rápida. Se podría describir el equipo NBQ del ejercito de muchas maneras y muy a fondo. aunque básicamente se resumiría en que es muy incómodo y da mucho calor. Algunas veces algún soldado ha soñado con un equipo de protección de este tipo que conste solo de camiseta y pantalón corto, lamentablemente nunca podrá ser así.

— ¿Tienes que hacer ese ruidito cada vez que das un paso?— dijo Brujo, con cara de cabreo, pero nadie te ve la cara si llevas una máscara de gas puesta, ¿no?— Es muy poco discreto ¿sabes?

—No es culpa mía, todos me vienen grandes.— Taco sacó un rollo de cinta americana y empezó a prensar el plástico del cubre botas para que le quedara más apretado, mientras lo sujetaba con un par de vueltas de cinta.

— Déjate de historias, entraremos por la puerta del garaje comunitario, que es donde nos espera la policía y de allí iremos a la casa.

Nadie dijo esta boca es mía. Les había quedado claro ya cuando salían del cuartel, no era cosa de broma llevar munición real y cuando Brujo miraba con esa cara... bueno... más valía no tocarle las pelotas al teniente. Al parecer dos de los militares en cuarentena en el hospital de Valencia se habían fugado, uno de ellos un sargento primero que al parecer vivía en la urbanización.

Las llamadas al ciento doce, localizadas cerca del domicilio de uno de los militares fugados, habían sido un "dos más dos" para la central de la policía en Madrid. El hombre había salido del hospital usando la fuerza, y lamentablemente todos los equipos civiles de contención bacteriológica a disposición del gobierno de la Comunidad Valenciana estaban en esos momentos en Valencia. A Gobernación Civil no le había quedado otra opción que pedir la colaboración del ejército

—Hay un incendio de tres pares de cojones— Dijo Animal, señalando hacia unas casas.

—Cuando hayamos salido nosotros ya entrara la policía, los bomberos y toda esa gente que habéis visto en la entrada de la urbanización, del fuego ya se encargarán ellos.— Contestó molesto Brujo. — Animal, tu abres camino, los demás encended luces y detrás de mí, ¡Vamos!

Ciento diez kilos de músculo envueltos en plástico mimético saltaron la tapia del jardín de los de Benito. En sus manos, Animal conseguía que la pistola USP pareciera un mechero. Empezó a trotar bordeando la piscina. A tres metros de él se veían las luces zigzagueantes de las linternas de sus compañeros, lo cual demostraba que habían salido a la carrera.

Animal estaba a cuatro metros de la puerta... tres... vio que estaba entreabierta... dos... se quedó pegado al muro en el marco de la puerta, esperando.

Allí no había nadie. Ni rastro del policía que tenía que contactar con ellos.

— ¡Adentro! ¡Adentro!— gritó Animal.

Por su lado, Brujo pasó como una exhalación con la pistola por delante, seguido de Chinche y Taco. Por último y con un rechinar de gomas, Animal entró.

El corredor de entrada a los garajes tenía cuatro metros de ancho y unos treinta de recorrido. En el lado izquierdo se encontraban las puertas de los garajes individuales, que se situaban justo debajo de cada casa. Varios de ellos estaban abiertos y desde la entrada se divisaban diversos objetos tirados sin orden en el suelo.

—¿El poli no está y ahora qué?— Gruñó Chinche contrariado.

—De todas maneras sabemos que es la quinta puerta.— Señaló Brujo mientras miraba el amplio corredor.— El caucho este me está matando, me muero de calor.

—Pues parece que es una de las que están abiertas. Al menos la puerta está a medio subir.

—Vale, Taco tú te vienes conmigo nada más abran las puertas, Animal, Chinche arriba con ese batiente.

Rítmicamente trotaron por el pasillo. De camino a su objetivo solo encontraron otro garaje abierto, sin luz y desordenado. El ambiente olía a humo. Una voz distorsionada por la máscara de gas se dejó escuchar.

—Imagino que todos somos conscientes de que el filtro de esta máscara es tan útil contra el humo como lo sería para filtrar café ¿no?

En la oscuridad del pasillo iluminado a ráfagas por la luz de las linternas nadie le contestó.

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